España, la última dictadura Europea

Es fácil confundirse. Realmente es sencillo pensar que España es una democracia, donde el poder emana del pueblo y sus representantes asumen las tareas de gobierno mientras cuenten con el beneplácito de sus votantes. Es tan simple y, a la vez, tan erróneo, que hasta da escalofríos.

Basta rascar la superficie para darse cuenta de que aun somos una monarquía, donde la máxima figura de autoridad no emana del pueblo, sino de la sangre noble que parece dar potestad para estar por encima de la ley y de comandar los ejércitos. Muchos dirán que es una figura meramente ceremonial, y puede que la realidad no diste mucho de esa aseveración, pero ¿acaso lo hace menos incongruente o más conveniente?

Este es el país en el que con una tasa de paro que hace a muchos replantearse todas las medidas económicas puestas en práctica, nos conformamos con recortar a quién menos tiene, pedir paciencia y encandilar a los ciudadanos con “brotes verdes” y mejoras que harían enfurecer a cualquier persona honrada.

Como en toda buena dictadura, no hay libertad de expresión, a no ser que esa expresión sea favorable al régimen. Enciendan la televisión, lean un periódico español. Ustedes eligen cual. Ahora usen un medio no español, da igual que sea la CNN, la BBC, The Economist… cualquier parecido con la “información” administrada a los súbditos españoles es pura coincidencia. Desde luego hay forma de acceder a esa información, no hay un embargo mediático y la situación no es tan dramática como en tiempos de Radio Pirenaica, pero las distorsiones y el sesgo informativo sí son comparables.

Hay quien se opone. Hay quien dice “ya basta”. Y no lo dice con “la dialéctica de los puños y las pistolas”, sino con expresiones pacíficas, desprovistos de toda arma que no sea la palabra y la propia inteligencia. Cabría esperar que un gobierno Europeo atendiera a razones, escuchase a su ciudadanía y actuase en consecuencia en respuesta al clamor popular. Sin embargo, aquí no hay ciudadanos, sino súbditos que le deben pleitesía a aquellos que por la fuerza han despojado al pueblo de su libertad más básica, la de ser representados.

No. Aquí no ha habido escucha. Aquí nuestros dueños han sacado a sus perros. Ataviados con cascos, escudos, porras y pistolas, no han dudado ni un segundo en cargar de la forma más violenta y salvaje contra nuestras manos descubiertas. Son intocables. Sólo son un número para nosotros, un número cuyas acciones no podemos filmar, cuya palabra prevalece ante la nuestra. Maldito número cuya sola presencia es presagio del fin de nuestras efímeras libertades. Nuestras heridas, las brechas en la cabeza, las cicatrices en nuestra piel son sus insignias, su orgullo, su saber hacer. No son las fuerzas del orden otra cosa que la represión con la que nuestros amos cierran los grilletes de nuestras voces./p>

Hubiéramos nosotros seguido su ejemplo ¿habría ocurrido lo mismo? Si fuera el derecho a portar armas una realidad en esta nuestra dictadura ¿hubieran sus perros actuado con la misma fiereza? Si cada una de nuestras heridas significara también una suya ¿seguirían siendo tan leales a quienes les comandan?

Esta es una dictadura. Una en la que los que nos representan viven a costa de aparentar que luchan por controlar a quienes les pagan el sobresueldo. Sobresueldo que sale de la presión que ejercen sobre nosotros y que ellos permiten. Cada vez que un pensionista no puede retirar sus ahorros, a pesar de ser un cliente “preferente”, cuando un autónomo tiene que cerrar su negocio porque sus amos no le pagan pero si le exigen tributo, cuando pagamos nuestros impuestos mientras vemos como nuestros amos indultan a quién tantas penurias nos hace pasar, es en esos momentos cuando se forja nuestra férrea voluntad de plantar batalla.

No os puedo despojar de la dignidad de la que carecéis. No puedo apelar a la honradez que no conocéis. Sólo puedo volver a levantarme, sacudirme el polvo, mirar a los ojos de vuestros perros y confiar en que los rios de sangre que brotan de mis manos desnudas los hagan reaccionar. Que recuerden que es su misión proteger al pueblo, no amedrentarlo. Evitar los robos, no ser cómplices de ellos.

Esta es la dictadura en la que vivo, ellos son mis amos y este es mi tributo.

Por Carballude

Me llamo Pablo Carballude González, soy graduado en computación con master en HCI y Seguridad Informática. Actualmente trabajo para Amazon en Seattle como Software Developer Engineer. Soy de esas personas que no saben si los textos autobiográficos deben ser en primera o tercera persona. Lo intenté en segunda, pero no le entendí nada :P

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