Este es un tema recurrente que nunca terminamos de solucionar. Es cierto que en los supermercados de toda Europa se desperdician cantidades ingentes de comida. Es verdad que existe mucha gente en suelo Europeo que se podría beneficiar de comida gratuita. Por supuesto que como sociedad tenemos la obligación de garantizar el acceso de todos los ciudadanos a la comida. Todos parecemos tener todo esto claro, y sin embargo, seguimos igual.
Quizá os sorprenda, pero yo NO estoy a favor de obligar a los supermercados a que donen la comida que tiran. Principalmente porque si te “obligan” no es una “donación”… y no quiero que el estado mañana se crea con derecho a obligarme a “donar” la media barra de pan que se me va a poner dura porque no hay forma de encontrar una porción más pequeña en el super.
Creo que la tarea del gobierno es facilitar que estas cosas ocurran de forma natural. Por ejemplo, impidiendo que los supermercados puedan tener responsabilidad sobre la comida que donan. Me explico. La comida que se “desperdicia” es porque no cumple los estándares de calidad que el supermercado considera oportunos. Sí, es cierto que la inmensa mayoría es perfectamente apta para el consumo humano, pero si el supermercado la dona y el receptor de la donación tiene una intoxicación alimentaria, podría demandar al supermercado y este sería responsable. Estaría muy bien facilitar las donaciones haciendo que estén exentos de responsabilidad sobre esas mercancías.
También podrían ponerse medidas positivas, como rebajas fiscales especiales para empresas que realicen ese tipo de donaciones. En general, una normativa que “obligue” a una “donación”, atentando contra la propiedad privada, no parece la mejor opción.
En última instancia, tenemos que darnos cuenta que si como sociedad queremos que esa comida llegue a la gente que la necesita, igual lo que tenemos que hacer es pagar por esa comida y alimentar al pueblo. ¿Tanto problema es que el estado tenga un programa para facilitar la comida a los ciudadanos que la necesiten? Resulta que sí, que no nos gusta pagar la factura.
Personalmente, dejaría de pedir a los demás que paguen lo que yo no quiero pagar… sobre todo cuando los que lo piden lo hacen desde su atalaya de moralidad, en la que ellos salvan de la raza humana de las garras de los malvados comerciantes que disfrutan con el sufrimiento ajeno.
¿Soy una mala persona? No lo creo. Yo quiero que esa gente tenga comida. Estoy dispuesto a pagar mi parte de esa factura, porque creo que es lo que todos deberíamos hacer. Lo que no quiero es que el estado pueda vulnerar la propiedad privada. No quiero obligar a la gente a “donar”. Lo único que quiero es que seamos coherentes.