Se mece mi cuerpo al compás del traqueteo que dictan las vías del cercanías. Comienza un nuevo día para los viajeros del C1 que, entre impotencia y pasividad, contemplan la hegemonía de una luna rezagada que recuerda la vigilia obligada.
Una pareja, quizá amigos, tal vez amantes, se dedican miradas tranquilas temiendo quebrantar con las palabras la neblina silenciosa que ambos compartían. A pocos metros, una anciana ajena a la escena intenta, de forma infructuosa, ocultar de su rostro la mella de los años. Golpe de maquillaje, fuerte frenada… la primera parada.
Se oculta Catalina acunada por Lorenzo dando a los viajeros el relevo del día. Despierta la ciudad dormida, el viaje continúa.
Atraviesa la ventana un paisaje variopinto, mezcolanza de colores entre mañana y madrugada. Robles centenarios acechan los árboles eléctricos ferroviarios… casi hemos llegado.
Un estudiante rezagado, aun con sábanas en las manos dormita acurrucado en el rincón más apartado. Despierta, y aunque aun dormitando, se percata de la inminente llegada. Se acabo la noche, comienza la jornada.
¿Qué será de la anciana? ¿Y de la pareja enamorada? Nunca lo sabré, esta es mi parada.