Soy uno de ellos. Uno de nosotros. Un indignado.

No soy dado a las quejas. En verdad, no soy muy dado a la política, pero ya no puedo más. Trabajo lo más duro que puedo para obtener el mejor resultado posible. No porque sea sencillo, sino porque es lo correcto. Y aun así, me llaman delincuente. Delincuente por no seguir el juego. Por no coger el sobre y seguir mi vida ajeno al sufrimiento que cause mi avaricia.

No soy antisistema, soy anticorrupción, lo que descarta este sistema. No quiero una utopía, quiero sentido común. No busco perfección, busco buena voluntad. No quiero políticos, quiero personas.

Hemos tomado las calles, las plazas y cada rincón de la ciudad en el que nuestra voz pueda ser oída. No hemos dudado en informar, en intentar abrir los ojos a cuantos se han mostrado dispuestos a escuchar una realidad cada vez más difícil de negar. Hemos alzado la voz contra las tropelías de aquellos que dicen representarnos, y no hemos oído más que el eco de nuestras palabras entremezcladas con sus risas.

Somos los que hemos tomado conciencia, los que hemos tenido valor para exigiros respuestas. Nuestras conciencias están tranquilas y nuestras manos limpias. Sin embargo, nuestros cuerpos están llenos de las heridas que vuestras porras han causado. Pero nosotros, somos los delincuentes.

Aquellos que se oponen al cambio que exige la razón, lo hacen tras la línea de porras de sus perros guardianes. Si no tuviera el alma dolorida, me reiría de la ironía de que los que nos llamen delincuentes, sean aquellos corruptos que usan la policía contra quienes claman cordura y justicia.

Podéis usar el miedo como arma; pedir identificación a cuantos decidan pensar. Incluso podéis tergiversar la legislación para detenernos. Podéis quebrar nuestros huesos, pero no nuestra conciencia. Hemos despertado, regresado de nuestro coma, recuperado la memoria y estamos aquí para quedarnos.

¿Cuántos ciudadanos más será necesario que apaleéis? ¿Cuántas familias serán puestas en la calle para que el mercado pueda seguir “auto-regulándose”? ¿Cuánto tiempo más tendré que correr en sentido opuesto cada vez que vea a uno de vuestros perros?

Nuestro delito es haber puesto nuestros valores por encima de nuestra codicia. Es haber visto la injusticia, el sufrimiento y no haber permanecido impasibles. Pero sobre todo, el crimen más atroz que hemos cometido, es haber visto lo que sois, darnos cuenta del legado que heredaremos y sentir el pánico más absoluto al pensar que podríamos, algún día, convertirnos en seres como vosotros.

Si de algo somos culpables, es de no haber hecho esto antes.

Por Carballude

Me llamo Pablo Carballude González, soy graduado en computación con master en HCI y Seguridad Informática. Actualmente trabajo para Amazon en Seattle como Software Developer Engineer. Soy de esas personas que no saben si los textos autobiográficos deben ser en primera o tercera persona. Lo intenté en segunda, pero no le entendí nada :P

2 comentarios

  1. Pingback: Bitacoras.com
  2. Comparto el 100% de lo aquí expresado, no es el único sitio en el mundo donde sucede, quedate tranquilo por ese lado.
    Creo que la solucion comienza por darnos cuenta de que no somos «Nosotros» VS «Ellos», sino un «Nosotros» VS «Nuestros vicios como sociedad» (Miedo al prójimo, avaricia, codicia, envidia, conformismo, comodidad) somos tan consientes de nuestros actos y sus consecuencias como una babosa de su pegajosa huella.

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